La muerte de Al-Hakam II (año 976) supuso una pequeña crisis política en el califato, pues la cuestión de quién sería el heredero no estaba muy clara. Al-Hakam II nombró como sucesor a su hijo Hixam II, pero éste era demasiado pequeño cuando murió su padre como para tomar las riendas del califato, ya que solo contaba con 11 años y las leyes prohibían que un menor de edad fuera nombrado califa. Tras algunas intrigas, conspiraciones y asesinatos, consigue nombrarse a Hixam II como califa pero con la ayuda “regente” de su tutor, Muhammad ibn Abi Amir, más conocido como Almanzor. Esa “regencia” se mantiene en pie gracias a un triángulo de poder establecido entre Almanzor, la madre del nuevo califa, la vascona Subh y el chambelán Yaafar al-Mushafi.
Almanzor, encandilado con el poder, poco a poco va quitando valor a la figura de Hixam II hasta que lo relega y aísla en Medina Azahara y se queda con el poder absoluto de dirigir el rumbo del califato, aunque nunca ostentará el título de califa. Realiza una serie de campañas militares con las que su popularidad aumentará, además eliminará una serie de impuestos, ganándose también el favor de nobles y militares, pese a que realmente actuase como un dictador (aunque algunos historiadores afirman que Almanzor siempre actuó con respeto hacia la dinastía omeya y hacia Hixam II). Su política de reformas urbanísticas responde a ese mismo sentimiento de querer complacer a la población al mismo tiempo que lo utiliza como propaganda política de su poder. Y entre estas reformas de la ciudad nos encontramos con la última de las ampliaciones que se realizarán en la mezquita aljama.
Esta ampliación, iniciada en el año 991, supuso la ruptura del eje axial del mirhab y de la simetría de la sala de oración, ya que Almanzor introduce ocho nuevas naves hacia el este, quedando por tanto, el mirhab descentrado. Esas ocho nuevas naves se extienden a todo lo largo de las ya existentes, por lo que es la ampliación más grande de todas las realizadas en la aljama, dejando al edificio con una superficie total de 22.400m2, (incluido el patio), espacio suficiente para dar cabida a 40.000 personas. Aunque ese nuevo espacio no iguala en belleza ni en decoración al anterior de Al-Hakam II. La zona que amplía Almanzor es sobria y sencilla, o al menos, eso parece. Para las columnas se usan tres tipos de fustes, aunque no varían mucho entre sí. La mayoría son de mármol gris casi negro, y lo que cambia es el color de las vetas, la mayoría son blanquecinas pero también las hay rojizas y grisáceas. Además, Almanzor siguió con el uso de capiteles corintios y compuestos, como los de Al-Hakam II, pero colocados sin orden o alternancia exacta, salvo la zona que coincide con la califal, en la que si mantienen ese mismo orden alterno. Los arcos que se usan en esta zona siguen el patrón que ya conocemos, arco de herradura en la parte baja y arco de medio punto en la superior, pero (siempre hay un pero) en esta ocasión no se construyeron usando dovelas de piedra y dovelas de ladrillos, como en las ampliaciones anteriores, sino que todos los arcos se construyeron con dovelas de piedra que fueron enlucidos y decorados con pintura que si imitaba esa alternancia de colores, rojo y blanco amarillento.
Un detalle bastante curioso fue que Almanzor, en el muro de qibla, no continuó con el doble muro que realiza Al-Hakam II, sino que deja el muro simple, abierto con pequeñas ventanas cubiertas con celosías que introducen otros puntos de luz. No destruye ni levanta un nuevo mirhab para centralizarlo, sino que respeta y mantiene el califal, así como la Bayt al-Mal y la Dar al-Sabat. Curioso es también el hecho de que en la ampliación amirí se repiten los contrafuertes que coinciden con los de las ampliaciones anteriores, de manera que esta nueva zona se ve reforzada también gracias a estos elementos.
Pero quizás, entre todos los elementos que podemos analizar de esta ampliación llama la atención una, las marcas de canteros que podemos ver en los fustes de las columnas. Todas las columnas están “firmadas”, llevan la marca del cantero en el tercio superior de cada fuste, con ello quedaban identificadas para después cobrar en consonancia al número realizado, y es que no debemos olvidar que entre el personal que trabaja en este tipo de obras, siempre debe haber expertos cualificados, en este caso canteros, que dominan las técnicas precisas para la elaboración de estos elementos. Otra cosa es el uso de esclavos cristianos (mozárabes) que pudieron haberse usado también en la obra, y de los que nos llegan datos como los símbolos cristianos que también hay en algunos de estos fustes (cruces sobre todo) ya que Almanzor usaba esclavos para agilizar el ritmo de las obras.
Para comunicar la nueva zona ampliada con la sala de oración ya existente se tuvieron que cegar las puertas que abrían a la calle desde el lado este y abrir grandes arcos de herradura, así el espacio se comunica y fluye entre todas las fases. Gracias a las restauraciones realizadas a lo largo del siglo XX, se han podido recuperar algunos fragmentos de las portadas originales de la zona de Al-Hakam II, que nos dan cuenta de la decoración original que en ellas se aplicó a mediados del siglo X.
Con esta ampliación en la aljama cordobesa, con la construcción de otra ciudad palatina llamada Medina al-Zahira (de la que desafortunadamente aún no conocemos su ubicación) así como con otras muchas reformas y obras, Almanzor pretendió emular la grandeza de los califas anteriores, la riqueza y la gloria que ellos alcanzaron. Pero para la historia en general, la figura de Almanzor fue el inicio de la decadencia de la ciudad de Córdoba, ya que tras su muerte se originan una serie de disputas y de luchas por parte de sus hijos y de los omeyas por continuar con el poder gobernante, que acaba en una fitna (guerra civil) y con la desaparición del califato omeya de Al-Andalus.
Visita guiada Mezquita Catedral