Uno de los grandes elementos que identifica a nuestra Mezquita-Catedral es su torre, visible desde casi todos los puntos de la ciudad de Córdoba, y de altura sobrepasada por muy pocos edificios. Su historia es amplia y llena de curiosidades que os vamos a ir desvelando.
Actualmente, el aspecto que presenta es el resultado de la última restauración realizada en la década de los 90 del siglo XX, terminada en el año 2004 y abierta a la visita desde el 2014.
El origen de la torre lo encontramos en la construcción por parte de Abd a-Rahmán III del nuevo alminar en el siglo X, el más alto y hermoso de todo occidente. Hay que mencionar que la palabra “alminar” designa a la torre desde la que el almuédano o muecín llama a los fieles a la oración, usando su voz como instrumento de llamada. Se solía designar a hombres ciegos con voces portentosas para realizar esta llamada, ya que así, desde las alturas de la torre, no podían violar la intimidad de las casas aprovechando las vistas desde lo alto.
Este alminar del siglo X se construyó adosado al muro norte del patio, y contaba con dos entradas independientes, una desde el lado de la calle, y otra desde el interior del patio, de manera que si dos personas entraban al mismo tiempo por cada lado, no se encontraban en el interior hasta llegar a la terraza superior, pues ambas escaleras eran independientes y se desarrollaban en torno a un machón central. Contaba esta primitiva torre con una altura total de 45 metros y con dos cuerpos, el más bajo de mayor altura y un segundo más pequeño.
Estéticamente este alminar era muy sencillo. En el primer cuerpo se abrían en las caras norte y sur, dos pares de ventanas geminadas enmarcadas por alfiz y con el despiece de las dovelas resaltado. En las caras este y oeste, sólo se abría una ventana por planta (solo dos plantas) y con un triple arco, de iguales características. Este primer cuerpo quedaba coronado al exterior por una galería decorada por arquillos califales ciegos. En el centro de la terraza superior se levantaba el segundo cuerpo, más calado y abierto por cuatro puertas enmarcadas por arcos de herradura califal sobre el que descansaba una cúpula semiesférica con el remate del yamur (elemento decorativo con tres bolas decrecientes en tamaño coronado por una media luna). Se convirtió en el alminar más alto y elegante de Al-Andalus, y sirvió de inspiración para otros alminares posteriores.
El esplendor y lujo del califato fue apagándose tras la muerte del segundo califa, Al-Hakam II y más aún después del gobierno de Almanzor. El califato dejó paso al periodo que hoy denominamos “taifas”. En el siglo XIII, Fernando III “el Santo” conquista nuestra ciudad, Córdoba, y como primer acto de esa toma, convierte el templo mayor de la ciudad, la mezquita aljama, en un templo cristiano.
A finales del siglo XV se manda construir la primera capilla mayor en el interior, espacio que hoy conocemos como capilla gótica o capilla de Villaviciosa. Se cree que para ese momento nuestra torre tiene una espadaña con campanas para hacer más cristiana la llamada a la oración, pero nada que modifique su aspecto original del siglo X. Es curioso como de esta época, finales del siglo XV, se conservan dos relieves donde podemos ver el perfil de la torre en este momento. Estos relieves los podemos encontrar en las enjutas del arco que cubre la Puerta de Santa Catalina, en este mismo monumento.
A principios del siglo XVI, se inician las obras del nuevo crucero catedralicio, en el centro de la antigua mezquita. En esta obra participarán la saga de los Hernán Ruiz (“el viejo”, “el joven” y “el nieto”) y Juan de Ochoa.
Cuando las obras de esta capilla mayor están a medias, el maestro mayor de la ciudad, Hernán Ruiz III, de manera voluntaria (quizás para sanear su imagen), ofrece un proyecto de remodelación de la torre al Cabildo catedralicio, aunque él ya había sido apartado de las obras de la catedral debido a diferencias con el Cabildo catedralicio. Hernán Ruiz III idea una “envoltura” para la torre: el antiguo alminar se verá envuelto y será el apoyo de la nueva torre campanario, que se levantará con un estilo manierista sobre el perfil de la ciudad. Lo primero que se hizo fue derribar el cuerpo superior y parte del cuerpo inferior del alminar, concretamente hasta eliminar la galería de arquillos ciegos superiores; y después macizar el interior de la torre alminar con distintos materiales y escombros. Al macizar, el alminar se convierte en el gran apoyo que sustentará la nueva torre campanario. Se desarrolla una torre, como hemos marcado anteriormente, de estilo manierista, con algunos matices herrerianos. El primer cuerpo, más ancho y alto, simplemente recibe la decoración de vanos ciegos de forma rectangular entre los que se irán intercalando distintos escudos episcopales (patrocinadores de la obra). Separado por una cornisa abalaustrada nos encontramos con el cuerpo de campanas, que desarrolla en sus cuatro caras el mismo esquema, una bellísima serliana, en cuyos vanos se insertan las campanas. Este cuerpo se vuelve a rematar con una cornisa y balaustres que dan paso al siguiente cuerpo, de menores dimensiones, abierto en sus cuatro caras por arcos de medio punto entre pilastras y coronados por frontones triangulares, y albergaba a la campana del reloj. Llegado a este punto y de manera prematura, muere Hernán Ruiz III en 1607, dejando la torre sin terminar. Será concluida por Juan Sequero de la Matilla en 1617, aunque no del todo, ya que pocos años después la obra se resiente y vuelve a ser sometida a obras, esta vez de la mano de Gaspar de la Peña, quien ya por fin, si deja la torre reforzada y coronada por la imagen del Custodio de Córdoba, San Rafael, en 1664.
Menos de un siglo después, durante una gran tormenta en 1727, recibió el impacto de varios rayos que dañaron su estructura y en 1755 sufrirá los embates del gran terremoto de Lisboa que hizo que una gran grieta se abriera de arriba abajo en diagonal por todo su cuerpo, lo que la sumió en un estado de casi ruina. A lo largo del siglo XVIII se realizaron distintas obras de restauración, pero no fue hasta el siglo XX, en la década de los 90 cuando recibe los cuidados y mimos que necesitaba y se le devuelven los perfiles más originales. En esta restauración es derribada la casa del campanero, ubicada en la primera terraza desde el siglo XIX, y tras esta eliminación se deja a la vista tanto la parte superior de la cúpula que cubre la entrada de la Puerta del Perdón como los arquillos originales del alminar recuperados por Félix Hernández a principios del siglo XX.
La visita a la torre es un paseo por la historia del conjunto monumental Mezquita-Catedral de Córdoba, desde su origen hasta nuestros días, además de ofrecernos unas vistas privilegiadas. Una maravilla de la arquitectura, de la arqueología y de la Historia.